lunes, 21 de junio de 2021

- QUERCUS -


QUERCUS

Cuando los hijos de Fauno heredaron los montes de Europa tras el fallecimiento de su padre, escogieron a las bestias más fascinantes para elaborar sus tótems personales, de los cuales heredarían la voluntad. No faltaron así los leones rampantes de Mauritania, el águila del Lacio, los dragones residentes de los grandes lagos británicos, y hasta el toro de los cartaginenses, del cual se dice que, en origen, se saciaba sólo con carne; más cuando le llegó el turno al menor, humilde, éste bajó la cabeza y señaló al interior del bosque, aún macizo e impenetrable, donde el ciervo aún tenía su reino.

Sus hermanos se burlaron de él – a fin de cuentas, ¿cómo hallar inspiración en un animal huidizo y temeroso del combate? Parecería que no estimaba la importancia de su escudo, pero su decisión estaba tomada, y cuando finalmente trasladó la imagen desde su mente hasta la enseña que definiría a su estirpe a partir de aquel momento, todos vieron que no se trataba de un ciervo ordinario, sino de uno en cuya corona se veían reflejadas las ramas de un árbol muy especial, al que los cristianos llevaban queriendo extirpar de los montes verdes del norte desde hacía varios siglos.

Poco sabían sus hermanos que al mirar los ojos del ciervo con asta de árbol estaban contemplando a los del propio hermano menor, quien consciente de su propia efimeridad, buscaba en el roble a su bastión natural para convertirse en el guardián de un bosque que pretendía salvaguardar del avance arrollador de las hordas de lunáticos que derribaban todo a su paso entonando miserables cánticos que auguraban el sometimiento de Europa.

La historia demostraría que ni la valentía de leones, ni el sentido de las águilas, furia de dragones o tenacidad de los toros salvaría a ninguno de sus hermanos de ser perseguidos por los perros cristianos y acorralados ante un enjambre de lanzas que les herirían de muerte si no se sometiesen cual esclavos. ¿No había pasado lo mismo antes con los poderosos osos, en cuya colección de virtudes se reunían todas las anteriormente nombradas? Los animales a los que los hombres veían cual hermanos fueron los primeros en ser arrebatados de su derecho a la vida en libertad plena, y en tanto a los hombres se refiere, éstos fueron corrompidos por la influencia de una fe extranjera que les hizo perder sus raíces, enfermándolos de cólera y obligándolos a despedazarse entre sí a cambio de ganar enteros a ojos de un ente que les hace pecadores desde el momento en el que nacen.

Los animales que antes coexistían con ellos en perfecto equilibrio comenzaron a temer al ser humano, y lo mismo se puede decir de éstos, pues comenzaron a arrollarlos con un odio ciego. Mentalmente envenenados, dispusieron de toda su industria para darles caza, envolviéndolos en una tormenta de fuego y metal. Sólo algunas especies pudieron refugiarse aprovechando el abrigo de los grandes interiores, más pronto llegaría la hora de los árboles, cuyos reyes eran los robles.

Mucho antes de que los primeros hombres abriesen los ojos, éstos ya se elevaban, majestuosos, en los bosques de Europa. Respirando el humo resultante del fuego primigéneo que dió forma al mundo, adquirieron su robusto cuerpo, capa tras capa, creciendo sobre la tierra y por debajo de ésta, con sus poderosas, fibrosas raíces, con las que drenaron la escoria de los suelos. Sus ramas, cuales músculos de titanes, sostenían el firmamento, y en innumerables ocasiones protegieron a los viajeros de las potentes descargas eléctricas de un ThurisaZ enfurecido. Los niños, jóvenes y ancianos dieron vueltas a su alrededor cantando alegres himnos; bajo sus copas se hicieron miles de promesas y juraron muchas lealtades. Incluso los reyes más grandes se postraron ante ellos, pues sabían que a diferencia de su raza, perenne y rara vez centenaria, los robles se mantendrían en pie durante milenios.

Creciendo en grupo, sus troncos se desarrollan más finos y altos, pues han de formar el grueso de los bosques legendarios, más, cuando se alzan en solitario, sus ramas caen en todas las direcciones, y adquieren el aspecto de un conjunto de terminaciones nerviosas similar al de un entramado encefálico. A nadie le debe extrañar, por tanto, que todos los secretos, tradiciones, plegarias y canciones de conquista formen parte de su cuerpo, como si de un almacén biológico de memorias colectivas se tratase. Los robles eran tan importantes para los paganos europeos como lo era un miembro ancestral de su propia familia, ya que entre otras cosas, aunque un antepasado no pudiese llegar a conocer físicamente a sus descendientes, al menos podría morir considerando que éstos podrían estar a cobijo del mismo árbol que ellos habían visto cada día cuando eran niños. Consecuentemente, uno no puede ni siquiera imaginar el dolor de las personas que tuvieron que aceptar que todos éstos seres fuesen derribados mientras sus propios hermanos de sangre permanecían inmóviles.

En casi todos los pueblos europeos, el roble estaba estrechamente vinculado con la deidad responsable de las tormentas, cuya fuerza no puede ser igualada por aquellas que derivan del ingeniería de los hombres. Tal fue el caso del ejemplar de Hesse que estaba consagrado a ThurisaZ, el cual fue derribado por Winfrid de Devon, quien al derribarlo comenzó la conversión de todo un pueblo al que sólo pudieron someter tras haberles arrebatado tan preciado acompañante.

Los cristianos se enorgullecen enormemente de que Winfrid pudiese demostrarle a los sajones que las deidades paganas eran impotentes con respecto a su dios, sin embargo, la afrenta que supone la destrucción de éste símbolo no afecta a nadie más sino a los propios traidores que más adelante convertirían a las sacerdotisas encargadas de guiar al pueblo durante épocas oscuras en nefastas brujas a las que dar de comer al fuego. Hasta el día de hoy, San Bonifacio es el patrón de todos los alemanes, pueblo al que sus enemigos han querido reducir a cenizas durante milenios, imponiéndole semejante deshonra: tener como héroe nacional a un tirano. En cierto modo, es el precio de la vergüenza que han de pagar por haber traicionado a sus predecesores y a aquellos que se alzaron para defender sus tradiciones, pereciendo en el proceso. Los animales y los hombres que hacen más ruido al rugir son también los que acusan los llantos más pesados, más los robles, en cambio, sólo podrían llorar desconsolados sabiendo que los seres humanos que les derribaron eran incapaces de escuchar sus llantos.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Lo que durante miles de años fue sagrada tradición, hoy no pasa de ser una afición a lo que algunos intentan aferrarse mientras escapan de la putrefacción que han heredado de los mismos hombres que decidieron abandonarlo todo y convertirse a un culto destructivo que sólo persigue la desertificación física y espiritual de las tierras y pueblos de Europa. La historia de la transición entre el paganismo europeo y el cristianismo semítico es una historia de traición y pesadumbre, más incluso en bajo la perspectiva más aciaga, encontrar mujeres como tú, que desafían los moldes impuestos por la sociedad, me hacen creer – a mí y al resto de quienes pensamos con el corazón – que dentro de tu sangre, de alguna manera aún permanece latente la huella genética de quienes vivieron sus vidas de una manera distinta, extendiéndose cuales ramas de árboles sagrados, cuyas fibras musculares se apilan como hebras de una cuerda nueva, fuertemente trenzada e irrompible.

Antes de que tuviéramos que socorrer al pino de la imposición desmedida de los eucaliptos, éste reemplazó al roble como el árbol emblemático de Europa. Sin embargo, nunca lo fue hasta que por crecer más rápido, le fue concedido el don de crecer en todo el continente, aunque sólo fuese para ceder su madera para la construcción de cientos de naves que se utilizarían para seguir propagando el dogma que no tardaría en instalarse en todo el mundo, como una enfermedad psicótica que ve como amenaza a cualquier cosa verdaderamente sana capaz de liberar a la mente y celebrar las proezas físicas.

En cualquier representación moderna, los pueblos europeos, y especialmente los nórdicos, son representados como viles criaturas sedientas de sangre que viven sólamente por y para la lucha, los saqueos, la violación y rapiña, sin embargo, hay que hacerse una pregunta: ¿cuál es el rostro de una persona a la que se le ha arrebatado todo? Los que alguna vez llegarían a ser vikingos tuvieron que renunciar a una vida mayormente pacífica en pos de una esclavitud bochornosa que convierte al más ilustre en un mero aspirante a una gloria inalcanzable mediante su propio esfuerzo, que a menudo versa en la aniquilación de su propia raza. Extraídos del paraíso, sólo tuvieron la lucha armada como respuesta. Lamentablemente, el cansancio se acumula hasta simbólicamente, y muchos han abandonado sus deseos de seguir adelante, prefiriendo vivir una vida definida por la sumisión mientras las bellotas siguen intentando devolvernos nuestras raíces.

Si los bosques reclamasen el territorio que alguna vez fue suyo, todos los pueblos libres del continente se regocijarían, pues tal fenómeno sólo podría ser posible en un mañana nuevo y distinto, cuando todas las especies que alguna vez coexistieron en el mismo suelo regresaran a el, y lo mismo podría decirse de los hombres y mujeres, cuyos corazones se reencontrarían con la tierra a la que sólo han abandonado espiritualmente, y de la que necesitan todo para poder darle sentido a sus vidas.

La próxima vez que veas un roble, no podrás ver en el a un árbol cualquiera, sino a una parte íntegra de todo tu ser, más allá de los límites del contacto físico. Los árboles no buscan a dios; ellos se encuentran en un estado permanente de Nirvana. Respirando, escuchando, siendo parte del ahora.