MAIDEN VOYAGE: THIRD CLASS
Si no fuera porque eran tan sólo una joven pareja dentro de una minoría de italo-hablantes rodeados por un ambiente mayoritariamente anglo-parlante, se podría decir que la experiencia hasta el momento había sido inmejorable. El bullicio de las cocinas trabajando tres veces al día con precisión británica en un ambiente prácticamente hermético con tintes claustrofóbicos no les molestaba tanto como el menú que les servían.
"¿Y ésto vale cuatrocientos dólares americanos?" - se preguntaban, entre risas.
Ninguna persona que haya tenido el lujo de cenar en Nápoles o en Roma pondría jamás en duda el hecho de que el paladar de un italiano y su esposa debería parecerle bastante exigente a cualquier irlandés o sueco sentado en la misma sala-comedor, como si se tratase de una suerte de convención internacional de personas procedentes de países en condiciones económicas deplorables que buscaban una vida mejor. Pasara lo que pasara, casi todos tenían el pecho abierto ante una misma realidad: marcharse sin mirar atrás.
Más tarde, luego de un pequeño paseo recreacional y de vuelta a su suite, que era la pieza más lujosa y pequeña de acero con la que podrían haber soñado nunca, Clara Morricone, mecanógrafa, y su prometido, Giorgio "Gigi" Ferrau, jornalero con carnet para conducir, un lujo en aquella época, aunque merezca la pena aclarar que su camión no era suyo, sino de el dueño de la empresa para la que trabajaba. Cansados de ser pisoteados por sus respectivos jefes, y tras obtener la bendición de los venerables vecinos más ancianos ancianos de Bagheria, la pareja había decidido emigrar. Suerte que tuvieran el dinero suficiente para pagar dos pasajes de tercera clase, porque en vez de dos, migraban tres: la muchacha estaba embarazada desde principios de abril. ¿Un escándalo? Nadie podría afirmarlo. Si de verdad la nave era tan rápida como presumía su dueño, entonces no habría el mayor inconveniente. Ninguno de los dos estaría solo, pasara lo que pasara: ella tenía parientes en Hellskitchen entre los que destacaba su hermana mayor, y él, numerosos primos en Brooklyn.
La voz del joven resonaba entre las cuatro paredes de su residencia temporal, situada en el estribor del palacio flotante, a pocos metros de distancia de la caldera número 6.
"Parece que fue ayer cuando nos conocimos, y sin embargo siento como si cada día te fuese descubriendo, como si cada vez que hablásemos aprendiese más de tí, y en lugar de conocerte más me diese cuenta de que en realidad sigues siendo un misterio para mí, Clara, un misterio que amo desentrañar cada día de mi vida."
Ella se burló de sus palabras, y le llamó "idiota", con un tono dulce, claro.
"No puedo esperar a llegar a Nueva York. Ver el sol, caminar contigo por las calles de la ciudad. Ver a mis primos... y a tu familia, claro. No puedo esperar a casarme contigo y bautizar al niño, vestidos de gala."
La muchacha, contrariada, le preguntó, sonriendo:
"¿Qué te hace asumir que será un varón?"
Y Gigi le contestó:
"La forma en la que golpea las paredes de tu vientre... es un varón. Lo sé."
Ella volvió a sonreír, y le dijo:
"Mi madre siempre me decía que cuando estaba embarazada de mí pensaba que sería un niño por la forma en la que me revolvía. Ninguno de mis hermanos le robó tantas noches el sueño como lo hice yo."
"Entonces -señaló él- no me sorprende, pues, que me haya prendado de tí en semejante forma; si como creo entenderte, lo hago ciertamente, no veo cómo pudiese convencerte para cruzar el océano... yo (...) sólo lamento no haber podido conseguir algo mejor que ésto para tí."
Ella sonrió una última vez mientras él buscaba el cobijo de su pecho, deslizándose cuatelosamente para no aplastarla con su peso, abrigando su cuerpo con sus brazos, besándola tiernamente.
***
El timón vibraba entre las manos del oficial Robert Hichens pero la sacudida no se sintió tan fuertemente en las cubiertas superiores. Ninguna persona se dió cuenta de lo que estaba ocurriendo.
El sonido del agua helada a -2º C lamiendo la piel de la caldera número seis provocó un sonido espantoso que destrozó sus oídos.
Su habitación fue sacudida con enorme violencia mientras se preparaban para dormir; una cadena de errores humanos impulsados por la vanidad había resultado en un tajo de noventa y un metros en la eslora del barco. El diferencial de presión entre el agua negra que entraba a razón de más de mil toneladas cúbicas por minuto, empujando el aire hacia arriba sepultó en pocos minutos su paraíso.
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