miércoles, 24 de febrero de 2016

El mensaje del regreso (Tohren) Saga de los Guerreros


Mira, porque he venido aquí, he tocado a tu puerta para darte un mensaje, pero quizás no sea el mensaje que esperas. Puede que ni siquiera sea cierto. Y no sabes si alguien me ha enviado a tí o a sido mi propia voluntad la que me ha traído hasta tu hogar. Yo nada te vendo más que la salvación personal, la mía. Puede que no funcione para tí, pero te la ofrezco como prueba de mi amor porque en el borde del abismo pasé de ser duro a ser tierno. Y cuando enfermo, bajé mis brazos, y pedí ayuda, y ayuda me dieron. Para que pueda yo dormir, ahora te la devuelvo, a tí, aunque no te conozco, porque quienes me ayudaran ya están muertos.

El pueblo de Anharia quedó devastado tras la segunda guerra con GrossBlau y al regreso de los capitanes rotos en cuerpo y en orgullo no quedó en pie nadie que se sintiese en el derecho de hablar. Nadie excepto un viejo loco que de malas suertes vividas tenía por rostro un mal lienzo, y las llagas en su cuerpo hacían más volumen en el mismo que sus propios músculos y huesos. Y he aquí que este viejo anómalo para su tiempo un día fue alimentado con un poco de agua y pan, y de estas dos fuentes sacó el nutriente para hablar, y así empezó pues, a orar, entendiéndose esta acción como el acto de en público hablar. Al principio su mensaje era tosco y absurdo, carecía de sentido o simplemente aparentaba pertenecer a otro tiempo. Que era para todos mancha inocua en la ciudad arrasada por las llamas de la guerra, un conjunto de músculos y huesos gastados por el tiempo, una voz ronca y seca como la de un adicto, pero dentro magnetismo que cierto día a uno atrajo consigo, y tras él muchos otros vinieron, para escuchar al buen viejo, que de sabiduría empapado se hizo instrumento de ésta y lanzó al viento unas dos o tres verdades que escurrió entre sornas y cuentos. Helo aquí, muerto, difunto, sólo siendo breve epígrafe del libro más grande jamás escrito, y ante la pregunta del significado de su existencia, díjole al público:
Nunca fui a por vosotros para agobiaros con mis lamentos, pero el pueblo se ha alejado de sus principios y ha abrazado la desolación que para nosotros buscaran nuestros adversarios durante mucho tiempo, pero yo he hablado sin cesar desde el primer día de regreso, y vosotros, aunque escuchabais, nada podíais entender, porque vuestro oído había sido herido por el ruido de los gritos y lamentos. Ahora que han sanado y vuestro corazón se haya dispuesto, venís a mí con la sed de los primeros y queréis que os diga cuál secreto tengo, más de eso, me temo, nada tengo, tan sólo la voluntad para haceros recordar quién fuisteis un día, y quienes volveréis a ser. Lustrad los yelmos, afilad los aceros, preparad el corazón y los nervios, que este pueblo ha de levantarse y recobrar lo que es suyo y de nadie más objeto.

Beloved Tohren.

Juan Francisco Pereira,
a 24 de febrero de 2016.

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