Mira, porque he
venido aquí, he tocado a tu puerta para darte un mensaje, pero
quizás no sea el mensaje que esperas. Puede que ni siquiera sea
cierto. Y no sabes si alguien me ha enviado a tí o a sido mi propia
voluntad la que me ha traído hasta tu hogar. Yo nada te vendo más
que la salvación personal, la mía. Puede que no funcione para tí,
pero te la ofrezco como prueba de mi amor porque en el borde del
abismo pasé de ser duro a ser tierno. Y cuando enfermo, bajé mis
brazos, y pedí ayuda, y ayuda me dieron. Para que pueda yo dormir,
ahora te la devuelvo, a tí, aunque no te conozco, porque quienes me
ayudaran ya están muertos.
El pueblo de Anharia
quedó devastado tras la segunda guerra con GrossBlau y al regreso de
los capitanes rotos en cuerpo y en orgullo no quedó en pie nadie que
se sintiese en el derecho de hablar. Nadie excepto un viejo loco que
de malas suertes vividas tenía por rostro un mal lienzo, y las
llagas en su cuerpo hacían más volumen en el mismo que sus propios
músculos y huesos. Y he aquí que este viejo anómalo para su tiempo
un día fue alimentado con un poco de agua y pan, y de estas dos
fuentes sacó el nutriente para hablar, y así empezó pues, a orar,
entendiéndose esta acción como el acto de en público hablar. Al
principio su mensaje era tosco y absurdo, carecía de sentido o
simplemente aparentaba pertenecer a otro tiempo. Que era para todos
mancha inocua en la ciudad arrasada por las llamas de la guerra, un
conjunto de músculos y huesos gastados por el tiempo, una voz ronca
y seca como la de un adicto, pero dentro magnetismo que cierto día a
uno atrajo consigo, y tras él muchos otros vinieron, para escuchar
al buen viejo, que de sabiduría empapado se hizo instrumento de ésta
y lanzó al viento unas dos o tres verdades que escurrió entre
sornas y cuentos. Helo aquí, muerto, difunto, sólo siendo breve
epígrafe del libro más grande jamás escrito, y ante la pregunta
del significado de su existencia, díjole al público:
Nunca fui a por
vosotros para agobiaros con mis lamentos, pero el pueblo se ha
alejado de sus principios y ha abrazado la desolación que para
nosotros buscaran nuestros adversarios durante mucho tiempo, pero yo
he hablado sin cesar desde el primer día de regreso, y vosotros,
aunque escuchabais, nada podíais entender, porque vuestro oído
había sido herido por el ruido de los gritos y lamentos. Ahora que
han sanado y vuestro corazón se haya dispuesto, venís a mí con la
sed de los primeros y queréis que os diga cuál secreto tengo, más
de eso, me temo, nada tengo, tan sólo la voluntad para haceros
recordar quién fuisteis un día, y quienes volveréis a ser. Lustrad
los yelmos, afilad los aceros, preparad el corazón y los nervios,
que este pueblo ha de levantarse y recobrar lo que es suyo y de nadie
más objeto.
Beloved Tohren.
Juan Francisco
Pereira,
a 24 de febrero de
2016.
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